viernes, 26 de septiembre de 2008

Australianos, a cualquier precio

Dicen que cuando Garibaldi concretó la unificación de Italia, allá por el último tercio del siglo XIX, dijo algo así como “Bueno, ya tenemos Italia: ahora tenemos que hacer italianos”. Pues en esas se encuentra ahora mismo el gobierno de Australia, aunque para ellos el asunto es todavía mucho más difícil, porque los reinos y ducados italianos disponían de un idioma, una dilatada historia común y una tradición cultural que los diferenciaba perfectamente del resto de países europeos. Y en esto de crear identidades, lo que cuenta, sobre todo, es en qué te diferencias de los demás. Así que los australianos lo tienen chungo, chungo: su historia es corta e intrascendente, sus tradiciones bastante artificiales y hablar inglés no ayuda a sentirte demasiado particular dentro del mundo actual. A cambio, tienen pasta para invertir en publicidad y tratar de hacer patriotas.

Por ejemplo, yo tengo claro que soy español, con todas las cosas buenas y malas que esto implica. No necesito que nadie me lo recuerde. Ellos, sin embargo, necesitan repetir constantemente, a todas horas, que son australianos. Y esto para ellos sólo tiene connotaciones positivas: ser aussie equivale a ser cojonudo. He aquí el primer síntoma de la debilidad de sus convicciones: aún no han pasado suficientes generaciones como para interiorizar el sentimiento nacional, y esto les obliga a exaltarlo para no olvidar a qué estado pagan sus impuestos. Porque, si no, les daría lo mismo tributarlos a Londres o Washington. Los australiano NECESITAN marcar diferencias, cueste lo que cueste.

Las estrategias que adoptan con este propósito resultan, en muchos casos, grotescas. Puede que hablemos inglés sí, pero nuestros diccionarios se van a llamar “diccionarios de australiano”, y a tomar por el culo. ¿Que el 98% de las palabras y sus significados son idénticos al inglés británico, por muy orgullosos que estemos de nuestro slang? Da lo mismo. Y todas las empresas que fundemos aquí van a poner en sus productos “orgullosamente australiano desde el año tal”, para darle mayor enjundia y valor a la marca. Aunque sea de escobillas para el retrete.

¿Más ejemplos? Llevo aquí cinco semanas y no sé ni cuantas veces he oído y leído ya lo de que los colores nacionales de Australia son el verde y el amarillo (no sé por qué cojones la bandera es azul, blanca y roja, pero bueno…), en homenaje a una planta verde con las flores amarillas que es muy común por aquí (una combinación francamente rara dentro del mundo vegetal, algo casi único, en efecto…). Esa necesidad de generar símbolos a toda prisa es muy típica, supongo, de los sentimientos nacionales en construcción. Por fortuna para ellos, disponen de una fauna muy particular (que si el canguro, que si el koala, que si el ornitorrinco) a la que también han aprendido a sacar partido. No era para menos; no son tan torpes. Y qué decir del fútbol australiano, su aberrante y antiestético "deporte nacional" (esencial, también, para adquirir una identidad), basado en cambiar las reglas del rugby para marcar esa diferencia que los australianos requieren para sobrevivir como tales... ¿Qué en el rugby no se puede pasar hacia adelante? Pues aquí sí, pero sólo dándole un puñetazo al balón ¿Qué el rugby se juega en un cambo rectangular? Pues nosotros en uno elíptico... Ale, ya tenemos deporte nacional. Somos un pueblo diferente.

Cambiando (sólo un poco) de tema, especialmente llamativo me parece el caso de la explotación comercial que hacen de los aborígenes australianos y sus costumbres, análogo al caso del Ché Guevara (no deja de ser curioso que la imagen del tipo genere millones y millones de dólares anuales para el capitalismo, ¿no?). Existen docenas de tiendas en las que te venden boomerangs de adorno, didgeridoos, tejidos y piedras pintadas de manera artesanal (nunca dicen si libre y remunerada, por cierto) por aborígenes australianos. Ahora bien, en esas tiendas sólo trabajan anglosajones o, a lo sumo, asiáticos, que son los que de verdad hacen pasta con esa clase de negocios artesanales (no me cabe ninguna duda de que las comunidades nativas tampoco son las dueñas de las empresas que comercializan sus productos). En la práctica, la mayoría de los aborígenes que he visto en Perth eran mendigos o estaban alcoholizados.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El infierno en la Tierra

La verdad es que, en líneas generales e independientemente de su competencia investigadora, la gente del laboratorio se esfuerza porque yo me sienta a gusto e integrado. Su buena voluntad resulta encomiable, pero bueno, ya sabéis que yo no soy un tipo fácil de integrar. No es culpa suya, he de reconocerlo. No soy especialmente simpático ni me gusta demasiado la gente, disfruto con mi introversión y es difícil ganarse mi confianza. Se da además la circunstancia de que, en general, me resulta mucho más sencillo aburrirme en las ocasiones en que estoy rodeado de personas que cuando me dejan a mi aire. A cambio de la tranquilidad que requiero, procuro ofrecer buena educación y esa clase de cosas. Desgraciadamente, esta gente se siente empujada, por mor de algún instinto samaritano, a poner los medios necesarios para aliviar la insoportable soledad y tedio que, en su opinión, debo de estar sufriendo. Y claro, mi cortesía natural me obliga a aceptar un porcentaje de sus invitaciones a eventos diversos, porque sé que ellos realmente piensan que no tengo nada mejor que hacer que llenarme los carrillos de salchichas mientras escucho sus anodinas conversaciones. Resumiendo: que me ha tocado ir ya a tres barbacoas y, anoche, a una cena en un restaurante, con la subsiguiente exploración del Perth nocturno.

A la cena también acudieron mis caseros, que son muy amiguitos de la gente de mi laboratorio. Me acabo de enterar de que la mujer-alce está en estado. Yo ya venía sospechándolo, pero la verdad es que nunca me he atrevido a preguntarle si su barriguita se debía a una hipotética preñez o a los bocadillos de panceta. En cualquier caso, la cena va mejor de lo esperado, porque me toca a la lado de Cristy, una ex componente del laboratorio muy simpática, de origen indonesio, y un amigo suyo, malayo, al que al parecer le pirra el fútbol español y que se siente profundamente conmovido al poder conocer a un auténtico caballero madridista como yo (hasta le enseño a decir “caballero madridista” y todo, jeje). El resto de los comensales son:

Aaron. Malayo, de raza china. No trabaja en mi laboratorio, pero pulula por él a menudo porque es el amigo gay de mis compañeras. Su amaneramiento es extremo, se trata de una reinona de manual. Acostumbra a cocinar pasteles de caramelo y traérnoslos para que le digamos lo ricos que están y lo majo que es. Es el organizador de la cena de hoy, ha elegido el sitio porque opina que es muy cool. Su nombre me recuerda a “Espartaco”, no sé bien por qué…

Ash. Singapurense hembra, de raza china. No digo que sea mala gente, pero su risa resulta muy irritante, idéntica a la de Nelson, de los Simpson. Y todo parece hacerle mucha gracia, de modo que NO PARA de entonarla. Siempre va vestida de negro y es como un tetrabrick.

Daniel. Alemán, de raza caucásica. Del laboratorio de al lado. No es que sea antipático, pero es el típico guay fashion. No soy capaz de calificar de otra manera a una persona a la que no es difícil ver por el laboratorio en manga corta y bufanda al cuello, al más puro estilo alicantino. Creo que recibe por las dos puertas, pero no puedo confirmarlo. En general no habla de chicas o chicos guapos, sino de good-looking people.

Anandhi. India, del subtipo lingüístico tamil. Es la técnico de mi laboratorio (mira tú por dónde, en el nombre de esta profesión nadie tiene huevos de hacer distinción entre los hombres y mujeres que la ejercen…). No quiero entrar en detalles, pero no es lo que se dice un dechado de virtudes. Podría ser muy cruel (muy mucho), pero ya sabéis que si algo me distingue, por encima de todo, es la bondad.

Pearl. Malaya, raza china. Si alguien en España me dice que se llama “Perla”, pienso en seguida en la sección de contactos del diario de Léon, del mismo modo que pienso en un travesti si me dice que se llama “Zafiro”. Pearl es increíblemente menuda (no creo que supere con holgura los treinta kilos), y al igual que las razas más reducidas de perritos o las cabezas que pasan por manos de los jíbaros, ha pagado un elevado precio por su miniaturización. No obstante, resulta enormemente activa, encantadora y amable. Del mismo modo, la tengo por ser con bastante diferencia la persona más eficiente y currante de mi laboratorio.

Bueno, pues he ahí el Dream Team. Como veis, no hay australianos en mi laboratorio, y sólo hay dos en el de al lado. A ver si iba a tener razón Deron, después de todo…

Como os he dicho, la cena no estuvo mal. Yo comí algo parecido a un burrito mexicano, y estaba bastante rico. Después fuimos a tomar un helado, hasta que el marido de Anandhi vino a recogerla. A continuación pusimos rumbo a un club nocturno, al parecer uno de los más populares de la ciudad. En la entrada, pese a mi avanzada edad, tuve que mostrar mi pasaporte y me sellaron la mano como al ganado. Un par de chicos muy simpáticos que estaban detrás de mí en la cola me preguntaron que de dónde era. Al parecer, a todo el mundo le gusta España aquí, hasta el punto de que me dijeron de tomar una cerveza y tal. Pero no iba a hacerles el feo a mis compañeritos.

El sitio es enorme, uno de los bares más tochos que he visto en toda mi vida. Me hace gracia lo modosos que son los australianos: los chicos con los chicos y las chicas con las chicas, como cuando teníamos 12 años (en mi caso, y el de mis compañeros de rol, hasta los 19). Al parecer entre las chicas de por aquí están de moda las camisas de cuadros estilo leñador y el pelo muy cortito. Por su parte, los chicos llevan camisetas ceñidas, camisas abiertas hasta el ombligo y, en algunos casos, correajes de cuero en los brazos. Además, para reafirmar su amistad se dan entre ellos palmadas en el trasero, y se pellizcan. Y se besan. Qué majos. ¿Y por qué ese travesti de más de cien kilos de peso con un vestido de sevillana rosa y negro lleva una copa en cada mano? ¿Acaso espera a alguien? Y si espera a alguien, ¿por qué bebe de las dos copas? Pero de pronto, un detalle ínfimo dispara mi sentido arácnido. ¡Acaban de poner una canción de Cheer! A ver si esto va ser un bar gay… Na, es imposible. ¿Por qué habrían escogido mis compañeritos un bar gay? Coño, si esto lo organizaba Aaron… Na, es imposible. Aquí habrá más de mil quinientas personas. No puede haber tantos homosexuales en el mundo… Qué tonterías se me ocurren a veces…

Pues sí, señores. Exactamente trece meses después del “incidente Newcastle” y cinco años después de “incidente Playland” (el más duro hasta la fecha), me vuelvo a encontrar en la misma tesitura. He de decir que el bar está muy bien. Además, en este sitio la gente no está ni la mitad de borracha que en otros locales, lo cual constituye una ventaja. Una cerveza de botellín cuesta seis euros, pero eso sí, si vas a la barra y pides agua te dan un vaso con agua fría (con o sin hielo)… ¡gratis! Por otra parte, ver bailar a Dylan con la mujer-alce-en-estado vale el precio de la cena y mucho más. El tipo, aparentemente elegante entre semana, se siente completamente desubicado en cuanto lo sacan de casa. Comparado con él, yo parezco un John Travolta cualquiera (y los pocos que me hayan visto bailar, sabrán lo dura que es esta afirmación). La mujer-alce-en-estado, por su parte, exhibe una potencia asombrosa, y con cada uno de sus pasos el local entero parece venirse abajo…

No hubo más incidentes reseñables. Bueno, un calvo intentó frotar su bajo vientre contra mi trasero cuando me dirigía al baño y una lesbiana con muletas que se parecía bastante al pingüino de “Batman returns tuvo el detalle de remangarse la pernera para poder mostrarme la causa de su cojera: una inmensa cicatriz que recorría de arriba abajo una pierna gruesa y blancuzca. Al parecer, se rompió la pierna por tres sitios diferentes en un accidente con una avioneta. En fin.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Ah, BL21, cepa esquiva, traicionera...

Ahora mismo estoy esperando las células que me han enviado desde España. A ver si llegan de una puñetera vez y en condiciones, y me puedo poner a expresar proteína como está mandado. Los días pasan y pasan…

Dado que hoy no me apetece ponerme a escribir batallitas, os voy a ofrecer algo incomparablemente mejor. Espero que os guste. En un mundo gobernado por la rutina y la vulgaridad, encontrarse con cosas como éstas es lo único que, de vez en cuando, arroja algo de luz sobre el camino. Quizá algunos conozcáis los vídeos. Gracias a Aretha, Martier y Miguel Ángel por hacer que cayesen en mis manos.

Jacques Brel – Amsterdam

Jaime Sabines - Los amorosos