Dicen que cuando Garibaldi concretó la unificación de Italia, allá por el último tercio del siglo XIX, dijo algo así como “Bueno, ya tenemos Italia: ahora tenemos que hacer italianos”. Pues en esas se encuentra ahora mismo el gobierno de Australia, aunque para ellos el asunto es todavía mucho más difícil, porque los reinos y ducados italianos disponían de un idioma, una dilatada historia común y una tradición cultural que los diferenciaba perfectamente del resto de países europeos. Y en esto de crear identidades, lo que cuenta, sobre todo, es en qué te diferencias de los demás. Así que los australianos lo tienen chungo, chungo: su historia es corta e intrascendente, sus tradiciones bastante artificiales y hablar inglés no ayuda a sentirte demasiado particular dentro del mundo actual. A cambio, tienen pasta para invertir en publicidad y tratar de hacer patriotas.
Por ejemplo, yo tengo claro que soy español, con todas las cosas buenas y malas que esto implica. No necesito que nadie me lo recuerde. Ellos, sin embargo, necesitan repetir constantemente, a todas horas, que son australianos. Y esto para ellos sólo tiene connotaciones positivas: ser aussie equivale a ser cojonudo. He aquí el primer síntoma de la debilidad de sus convicciones: aún no han pasado suficientes generaciones como para interiorizar el sentimiento nacional, y esto les obliga a exaltarlo para no olvidar a qué estado pagan sus impuestos. Porque, si no, les daría lo mismo tributarlos a Londres o Washington. Los australiano NECESITAN marcar diferencias, cueste lo que cueste.
Las estrategias que adoptan con este propósito resultan, en muchos casos, grotescas. Puede que hablemos inglés sí, pero nuestros diccionarios se van a llamar “diccionarios de australiano”, y a tomar por el culo. ¿Que el 98% de las palabras y sus significados son idénticos al inglés británico, por muy orgullosos que estemos de nuestro slang? Da lo mismo. Y todas las empresas que fundemos aquí van a poner en sus productos “orgullosamente australiano desde el año tal”, para darle mayor enjundia y valor a la marca. Aunque sea de escobillas para el retrete.
¿Más ejemplos? Llevo aquí cinco semanas y no sé ni cuantas veces he oído y leído ya lo de que los colores nacionales de Australia son el verde y el amarillo (no sé por qué cojones la bandera es azul, blanca y roja, pero bueno…), en homenaje a una planta verde con las flores amarillas que es muy común por aquí (una combinación francamente rara dentro del mundo vegetal, algo casi único, en efecto…). Esa necesidad de generar símbolos a toda prisa es muy típica, supongo, de los sentimientos nacionales en construcción. Por fortuna para ellos, disponen de una fauna muy particular (que si el canguro, que si el koala, que si el ornitorrinco) a la que también han aprendido a sacar partido. No era para menos; no son tan torpes. Y qué decir del fútbol australiano, su aberrante y antiestético "deporte nacional" (esencial, también, para adquirir una identidad), basado en cambiar las reglas del rugby para marcar esa diferencia que los australianos requieren para sobrevivir como tales... ¿Qué en el rugby no se puede pasar hacia adelante? Pues aquí sí, pero sólo dándole un puñetazo al balón ¿Qué el rugby se juega en un cambo rectangular? Pues nosotros en uno elíptico... Ale, ya tenemos deporte nacional. Somos un pueblo diferente.
Cambiando (sólo un poco) de tema, especialmente llamativo me parece el caso de la explotación comercial que hacen de los aborígenes australianos y sus costumbres, análogo al caso del Ché Guevara (no deja de ser curioso que la imagen del tipo genere millones y millones de dólares anuales para el capitalismo, ¿no?). Existen docenas de tiendas en las que te venden boomerangs de adorno, didgeridoos, tejidos y piedras pintadas de manera artesanal (nunca dicen si libre y remunerada, por cierto) por aborígenes australianos. Ahora bien, en esas tiendas sólo trabajan anglosajones o, a lo sumo, asiáticos, que son los que de verdad hacen pasta con esa clase de negocios artesanales (no me cabe ninguna duda de que las comunidades nativas tampoco son las dueñas de las empresas que comercializan sus productos). En la práctica, la mayoría de los aborígenes que he visto en Perth eran mendigos o estaban alcoholizados.