lunes, 25 de agosto de 2008

Going to Perth

Me parece que lo más educado será empezar por el principio, claro…

Tras el madrugón y la despedida de mis padres (muy emotiva, ya sabéis cómo soy para estas cosas, se me caen los lagrimones a la primera de cambio), me monto en el ALSA supra de turno (el único que me llevaba a Madrid desde Burgos a primera hora de la mañana), dando por supuesto que iba a gozar de toda clase de lujos orientales que justificarían los 25 euracos del billete (un billete normal desde Burgos cuesta 14). Nada más lejos de la realidad. Al margen de un sillón un poco más blandito, estos señores te cobran +11 euros por un café corrientito y porque una azafata (rubia de bote estándar, creo que en su solapa ponía Mari Cruz) te ofrezca caramelos un par de veces durante tres horas de trayecto. Al parecer, el pasaje da el suplemento por bien empleado (mucha gente sería capaz de pagar otros tres euros por que la rubia de bote les limpiase el culo al salir del baño. Se deben de creer que es eso consiste ser rico). A mi vera, un tío calvo con cara de imbécil no quiere café, sino leche. La azafata le explica que la única leche de que disponen es la de las porciones cerradas herméticamente (16,9 ml por porción) para mezclar con el café, pero el tío pone ojos de cordero degollado (algo así como: “si no tomo mi vaso de leche me reventarán las entrañas, señorita”) y la rubia de bote accede; le da 10 porciones de leche y un vaso. El calvo sonríe, feliz, y genera como medio kilo de residuos plásticos para poder tomar su dichoso vasito de leche. En ningún momento le tiembla la mano. Supongo que piensa que ser rico también consiste en poder darse esa clase de caprichos.

Comienza la película. ALSA supra nos va a deleitar con la emisión de un clásico, Shaggy dog” (“Estoy hecho un perro”), en la que el inefable Tim Allen interpreta a un abogado honrado y padre de familia ejemplar ( como la vida misma, ¿eh?) que por algún motivo intercambia su cuerpo con el de un precioso Bearded Collie. Por supuesto, esto da lugar a toda clase de aventuras y anécdotas ideales para toda la familia. E imagino que el transfondo era sumamente moralizante. Imagino porque, pese a los 25 euros, la salida de sonido de mis auriculares no funcionaba. Pero al calvo parecía hacerle gracia la película. Igual me la bajo.

Llego a Barajas, saco mis tarjetas de embarque (no me pueden dar la del vuelo Singapur-Perth allí, la tipa de la facturación me cuenta no sé qué de un vuelo subcontratado) y me como el bocadillo de tortilla de patata que me ha entregado mi madre unas horas antes. Me sienta bien: las tortillas de mi madre son excelentes. Me pongo a leer hasta la salida de mi vuelo (“Vida y destino”, de Vassili Grossman: está resultando excepcional) y una pareja de homosexuales franceses (él es al menos 25 años mayos que ella… un escándalo) se sienta en frente de mí. Sudo fríamente, pero optan por irse al cabo de un rato. El peligro ha pasado.

En la cola del embarque me encuentro con una ex compañera del laboratorio del Dr. Luengo que al parecer está con un postdoc en Hannover. Lo que es la vida, en el trabajo Sagrario apenas me dirigía la palabra. Pero hoy no tiene con quien hablar y se aburre. Por eso recurre a mí, para que la entretenga un rato. Hasta se puede decir que es simpática conmigo. Le doy coba hasta que entramos en el avión y nos perdemos de vista mutuamente.

En Frankfurt no ocurre nada reseñable hasta que me subo al avión. El aparato es verdaderamente gigantesco, nunca me había subido a un 747. En un principio mis compañeros de asiento iban a ser una tipa grandota con aspecto de alemana y un asiático delgadito, aparentemente inofensivo. Lo juro por Dios, no acababa yo de pensar que era una suerte no tener que lidiar con críos en un viaje tan largo cuando una tipa con turbante se pone a negociar una redistribución de asientos. En menos de lo que canta un gallo tengo a dos niños indonesios a mi ladito. La niña es encantadora y se dedica a pintarrajear en un papel, pero el niño saca un Nintendo DS, sube el volumen a todo trapo y se pone a jugar al SuperMario Kart con frenesí, dando codazos y todo en los giros, el muy subnormal. Estará jugando sin parar durante las tres horas siguientes. Cinco asientos más allá, el cabeza de familia me saluda y sonríe, el muy cínico. Yo le sonrío y acaricio cariñosamente la oscura cabellera de su hijo. Maldita sea tu estampa, cabrón. Ojalá la gripe aviar se os coma vivos.

Intento dormir durante el trayecto, lo intento con toda mi alma. El niño incluso ronca cuando se le acaba la batería de la consola, el muy cerdo. Y detrás de mí un calvo enorme que sin duda va a hacer turismo sexual al sudeste asiático me da pataditas y empuja mi asiento, como si estuviese entrenando. Además no he tenido suerte con el pasillo: en el otro una alemana muy guapa y una asiática que le va a la par distribuyen la comida precocinada de Lufthansa. En el mío la alemana es bastante fea y tiene una mala hostia de espanto, pero la asiática es, evidentemente, hermafrodita…

Salgo del avión hecho mierda y con una contractura horrorosa en la espalda, que me acompañaría los tres días siguientes. El aeropuerto de Singapur es la hostia, la polla con cebolla. Creo que habrán batido el record del mundo de instalación de moqueta estampada. Además hoy está tranquilo y parece muy bien organizado. Pese a mis miedos, consigo la tercera tarjeta de embarque rápidamente y espero un rato por mi avión. Lufthansa lo había subcontratado con Singapur Airlines (Suspiro aliviado, me han hablado siempre muy bien de ellos). Mientras aguardo a que abran la puerta de embarque, observo los adolescentes japoneses que van a compartir el vuelo conmigo. Son iguales que en “Battle Royal”. No sueltan la PDA, el móvil o el portátil para nada, se dedican a chatear entre ellos y a señalarse mientras se ríen las gracias que han tecleado. Tanto ellos como ellas van vestidos de manera absolutamente estrafalaria, tratando de combinar, de manera muy poco acertada, la estética de diversas subtribus urbanas occidentales. En ninguna parte como en Japón ha resultado tan destructivo occidente, nadie como los habitantes del extremo oriente han digerido tan mal nuestro inmenso impacto cultural. Parecen espantajos. Aquí, llegado este punto, debería comenzar una honda reflexión acerca de los devastadores efectos estéticos de la globalización. Pero, francamente, no tengo ganas.

El vuelo Singapur-Perth va muy bien, todo lo que decían de esta gente es cierto. Todos son amabilísimos y encantadores, dan de comer a la carta, ofrecen constantemente agua y zumitos, las azafatas son guapas y llevan vestidos tradicionales que no hacen sino realzar sus talles y elegancia. Todo son sonrisas, disculpas y parabienes. Un tanto melifluo al cabo de un rato, pero agradable. Y esto en clase turista, señor… no quiero pensar en cómo será en primera (probablemente allí haya hasta profesionales del sexo entre la tripulación: me molesté en ver cuánto cuesta este vuelo en primera… 12.000 euracos del ala). Mi vecina es en este caso una japonesa agradable y discreta, nada que ver con la manada de adolescentes de antes. Todo bien. Todo en orden. Todo en calma.

Después de tres aeropuertos enormes, el de Perth parece de juguete. Creí que sería mayor, porque es una ciudad relativamente grande, con mucha pasta y no hay otra forma de llegar aquí que en avión. Pero no. Es pequeñito. Supongo que tiene que ver con que a Perth sólo se va para ir a Perth, mientras que el resto de aeropuertos del viaje son importantes nudos de comunicaciones dentro de las rutas de navegación aérea mundial.

Toda la obsesión de los Australianos es que no metas nada que esté o haya estado vivo en su país. Por suerte, no saben que llevo la mochila llena de plásmidos (jeje…). En los controles de inmigración debes declarar que no llevas nada y luego te registran. Al parecer, si encuentran un salami te puedes dar por jodido.

Salgo del aeropuerto y hace bastante fresco. Aquí es invierno. Algo más negro que la noche me señala el interior de su taxi. Accedo a su oferta…

5 comentarios:

Unknown dijo...

El blog empieza bien, sí señor. El hecho de que a través de algunos de tus comentarios se pueda intuir un cierto racismo (quien no te conozca, claro) y que en cada frase demuestras un desprecio profundo hacia el 99% de la humanidad, hace que por momentos te parezcas más a Bruno que a Djerzinsky y ya sabes que yo siempre preferí al segundo... No odies, ama o ignora, pero no odies...

AMoN-AMoK dijo...

Pero si Murphy solo da al mundo lo que el mundo da a Murphy!

Además un día estallara (lo sabemos todos)... pero yo creo que su odio se transformará en amor y se irá de misionero a algún recoveco del planeta y años después lo escribirá todo en un Best-seller.

Tiempo al tiempo...

Disidente dijo...

Por supuesto que comienza bien esta bitacora (aunque la nunca bien ponderada globalización nos sugiera que esto es un blog). Tu desprecio profundo (como dice Sergio) por el 99% de la humanidad es mas que evidente, aunque no creo (como piensa el) que se intuya un cierto racismo en tus comentarios, las cosas como son, al pan, pan y al vino, vino (los eufemismos son para los débiles y/o los hipócritas). No pretendo adelantarme a los hechos, pero...los conductores de taxis más oscuros que la noche no son ni canguros ni zorros voladores. Por cierto, ya sabes dónde encontrar zorros voladores en esa ciudad (ese animal puede cambiarte la vida, sólo sigue su ejemplo).

El Refu dijo...

Vaya, veo que mi nemesis femenina (comentario a la entrada anterior, no a esta) se me ha adelantado... reitero el punto de que ahora tener un blojjj es ser un anticuado-romántico o viceversa y tener un facebook es estar a la onda. Es un nuevo sistema proselitista y elitista diseñado por los guays y para los guays, tal vez por eso está arrasando. Yo de hecho me hice una cuenta hace tiempo y me la cancelaron por no ser lo bastante guay. Ojo que hay excepciones no-guays (va por al menos uno de los que ha comentado y por K.)

En respuesta a TJ, ¡sólo puede ver racismo aquel que alberga en su corazón la semilla del racismo! ¡El gérmen del mal está en tí, no en Mr.M.!

Y la entrada rebosa amor, amor hacia esa belleza degradada y decadente que genera más belleza en malograrse... ¡M. no es un monstruo, es un artista!

Sólo decirte que ahora que he descubierto tu espacio merodearé por aquí cuan alimaña, que para eso soy tu fan más devoto. NUNCA HE RENEGADO DE TÍ. ¡Un abrazo de incomprendido a incomprendido!

Por cierto, si lo deseas, creo que hay una opción que puedes activar para autorizar comentarios de personas que no posean un blojjj.

¡Pásalo bien y ánimo!

Anónimo dijo...

No he podido contenerme, y a pesar de entrar aquí debido a tu insistencia, reconozco que NO HAS CAMBIADO NADA!!!! jajajaja. Y me ahorraré todo lo demás.

Discrepo profundamente de casi todos tus colegas.

El fondo sin formas pirede en profundidad.

La decadencia moral y estética te puede gusta o no, pero no dejará de ser decadencia.

Aunque no me obligues.

Volveré.

Tu ex compi más amada.