domingo, 31 de agosto de 2008

The Witch´s Hat hostel (II)

La interacción entre los habitantes del Witch’s Hat (anglosajones en su mayoría) tiene lugar esencialmente en torno a dos puntos: la sala de la televisón y la cocina. Ambas instalaciones están bien equipados y resultan acogedoras, la limpieza, al igual que en el caso de la habitaciones, resulta notable.

No puedo dejar de hacer un inciso para hablar sobre la programación que ofrecen las cadenas de televisión australianas. En general, se puede decir que hace que la televisión que nos tragamos en España parezca casi de cierta calidad. Por supuesto, en Australia se emiten un gran número de programas que cuentan con sus respectivos clones hispanos. Así, cuentan con productos televisivos de la calidad de “Mira quien baila” (“Dance School”), “Operación Triunfo” (“Australian Idol”), “El muro infernal” (no sé cómo se llama ese aquí, pero lo tienen) y una extraña mezcla entre el inefable “Gladiadores americanos” y “Humor amarillo” (que han tenido a bien bautizar como “Wipeout: Australian Warriors). No obstante, los australianos han sido capaces de darle una vuelta de tuerca adicional a todos esos programas, para convertirlos en productos de un mal gusto mucho peor aun que los que podemos disfrutar habitualmente. Solo se echa de menos una versión de “Gran hermano”, pero tengo entendido que este producto televisivo ya solo subsiste en nuestra piel de toro. No es fácil explicar cómo consiguen que los programas sean aun mas horteras que en España, aunque creo que gran parte del merito debe recaer en unos presentadores tan payasos, chillones e insufribles que hacen que Mercedes Milá solo parezca subnormal.

Por otra parte, lo mejor es, con diferencia, la publicidad. La cantidad de cortes publicitarios de cualquier programa es increíble. Ayer, por ejemplo, pusieron Spiderman; yo la cogí ya empezada, en la escena de la lucha libre. Bueno, pues desde ese momento y hasta el final de la película pude contar un total de ¡11! cortes publicitarios. Aproximadamente uno cada 10 minutos, lo que no está nada mal. Además los cabrones lo tienen muy bien pensados: se trata de intermedios cortos, de cuatro o cinco anuncios, de manera que no te da tiempo ni a ir a mear (literalmente) y no tienes otro remedio que tragarte la publicidad. Esta estrategia hace que los de Antena 3 me parezcan ahora unos inocentes corderitos. Y por cierto, durante la final olímpica de baloncesto no esperaban a los tiempos muertos para meter los anuncios, no os creáis. Tu veías volar un triple y, con el balón en el aire, zas, anuncio de embutidos. No contentos con el cabreo que eso genero en un servidor, cortaron el partido en mitad del segundo cuarto para ofrecer futbol australiano (su grotesco deporte nacional). No volvieron a conectar con la final olímpica.

Además, el contenido de los anuncios en sí mismos no tiene ningún desperdicio. Muchos de ellos están patrocinados por el propio estado con el fin de adoctrinar a los ciudadanos (no tomes drogas, vota, llama a este número si presencias carreras ilegales de coches y a este otro para denunciar a tu vecino si está armando escándalo…) o bien para cultivar el espíritu nacional (esto merece una entrada aparte en el blog, tocaremos el tema con detenimiento). Quizá el mejor de todos sea uno en el que un tipo sale de marcha y empieza a entrar a tías buenísimas en bares. Todas, invariablemente, le rechazan. Al cabo de un rato, el tipo esta tan borracho y tan frustrado que, después de chocarse con un segundo tipo, le propina un puñetazo con tan mala suerte que el agredido cae de en mala postura y se mata. A nuestro protagonista le caen 10 años de cárcel. Hasta aquí, yo creía SINCERAMENTE que el anuncio era una coña sobre un tío cenizo (pensé que sería un anuncio para devolver los chinitos de la suerte a nuestra vida o algo así). Pero no. Al final aparece al mensaje aleccionador del Gobierno de Australia: UN HOMICIDIO INVOLUNTARIO TE PUEDE ARRUINAR LA VIDA. NO DES PUÑETAZOS.

Ver para creer, ¿eh? Bueno, pues mientras yo veía el anuncio con los ojos como platos, flipando, ninguno de los anglosajones que estaban conmigo en la sala se inmutó. Sólo uno (William, el más listo de la clase, ya os hablare de él y la profunda antipatía que le profeso) abrió la boca para decir: “Que tontería, se necesitan varios puñetazos para matar a alguien” Así que, después de todo, la campaña del Gobierno Australiano era necesaria (aunque, visto lo visto, inútil)

jueves, 28 de agosto de 2008

Las fauces (hoy no me apetece escribir nada nuevo)

"Los ángeles (se dice) no sabrían a menudo
si andan entre los vivos o los muertos"
Rainer Maria Rilke


Me miro al espejo y apenas soy capaz de reconocerme. Esos ojos exhaustos, vencidos, secos de brillo, no pueden ser los míos. Son los ojos de un muerto, insondables pozos de oscuridad y ausencia. Y sin embargo, veo a través de ellos la cenefa de inquietud que arrugas como surcos dibujan en mi frente, lloran si yo lloro, me ciegan si los cierro; deben de ser mis ojos, después de todo. Pero no son los mismos que tuve años atrás: aquellos eran vidrieras a través de las cuales la belleza y la luz del mundo inundaban mi interior como oleadas de cálida espuma. Estos que ocupan hoy mis cuencas sólo me muestran degradación y ruina, simiente del desasosiego.

A través de la ventana contemplo la ciudad, esta sombría mole de asfalto y aluminio, y sólo veo la corrupción de lo que en otro tiempo me pareció hermoso. Los niños jugando en el parque han perdido su halo de inocencia. Las palomas aparecen hoy sucias y abotargadas. El cielo está vacío. En ocasiones me pregunto si me he convertido en un ser amargado, incapaz de captar la belleza que yace en las cosas o si ha sido la propia belleza lo que se ha extinguido, si está el hastío dentro o fuera de mí, si soy un ciego llorando bajo un día luminoso o están las tinieblas desplegándose ante mi mirada.

De nuevo me pongo ante mi reflejo y contemplo la decadencia de lo que una vez fui. Los espejos son terribles porque infunden el pavor de la certeza. No dejan lugar a dudas, pues nada saben de mentiras piadosas. Aun así, este reflejo no es hoy mi mayor preocupación. No es que las canas, la piel apergaminada o la decrepitud de mi cuerpo no me asusten: me aterran. Pero lo acepto; la carne sólo conoce el ocaso. Es inevitable. Los años transcurren fugaces, atenuando toda la importancia que hubiesen podido tener nuestras vidas, haciendo de ellas meros títeres de origami a contraluz, sombras chinescas breves y confusas que se difuminan sobre el monstruoso telón de fondo de lo permanente.

En realidad, si no fuese por lo permanente nuestras vidas ni siquiera tendrían donde proyectarse; se perderían en la nada para siempre, como canciones incapaces de subsistir en el vacío, evanescentes como el rocío en los desiertos y el humo en el vendaval. Es importante entender esto: sin referencias toda observación carece por completo de sentido. Un móvil se desplaza en relación a algo, que a su vez es grande o pequeño o joven o antiguo con respecto a un patrón. Y todo patrón debe ser permanente. De lo contrario, resulta inútil.

Sonrío porque sé que, aunque pavoroso, lo que el espejo me muestra no tiene mayor importancia. Aparecen ante mí unos dientes escasos y amarillentos. Lanzo una carcajada y miro a los ojos a mi reflejo. Lo desafío. ¿Cómo puede tener trascendencia alguna el ocaso de algo condenado desde el principio a la fugacidad? Ya no tengo miedo a los años, tan sólo siembran tristeza en mi corazón. Lo he comprendido: somos leves e innecesarios. No tenemos nada que perder. Por eso podemos permitirnos la valentía de desafiar a los espejos.

Más allá de la muerte, lo que de verdad me preocupa es la decrepitud. Pero no la mía; la de todo lo que me rodea. La absoluta degradación de la belleza. El inexplicable ocaso de lo permanente. Digamos: la existencia del artista importa fundamentalmente porque su obra trasciende la brevedad de su vida ¿Pero y si la obra, que debiera permanecer, se desvanece? Del mismo modo, el sentido de la vida del espectador reside en hacer justicia a las cosas bellas. ¿Pero y si se extingue esa belleza, y si nada es inmutable? Entonces algo falla. Si nada permanece, nuestra fugacidad no tiene ningún sentido. Sólo el de células que dan lugar a más células obedeciendo las estúpidas leyes que dicta un viejo relojero ciego, un ladrón de eternidad, un dios apático y derrotado desde siempre y para siempre. Resulta demasiado mecanicista. Estremece.
La degradación de la belleza, el ocaso de lo permanente…

Ése es el abismo que percibo tras de toda cosa, el abismo a cuyo borde me asomo cada día sin llegar a vislumbrar qué es lo que reposa en su interior. Pero, aun no viendo nada, resulta imposible dirigir la vista hacia sus fauces y salir indemne: sólo el intuirlas ya me consume, porque portan la pura esencia de la degradación.
Corren días extraños. amigo mío. El Leteo se ha desbordado y sus aguas moribundas encharcan hoy las tierras de los vivos, aflorando aquí y allá como manantiales de corrupción. Un débito silencioso espesa el aire que respiramos. Los vivos se confunden con los muertos y éstos con la nada. La tierra supura herrumbre. ¿Es que nunca lo has notado? Está en todas partes, está en ti y está en mí, nos mece y nos arrastra...

miércoles, 27 de agosto de 2008

The Witch´s Hat Hostel (I)

En la absoluta oscuridad del taxi el chófer se camufla a la perfección. Sólo el blanco de sus ojos refulge en la negrura del habitáculo. Me pregunta por mi destino y, mientras se lo dicto, lo teclea en el navegador: buen detalle. Recuerdo lugares (Roma, por ejemplo) en los que es buena cosa negociar con el taxista el precio de la carrera si no quieres que te la metan doblada. Esto del GPS genera confianza en el cliente, le hace sentirse protegido. No tengo ni idea de si en España lo han establecido también como algo obligatorio; al fin y al cabo vivo en una ciudad de provincias y nací en otra. Jamás cojo un taxi.

Como está claro que va a ser un trayecto largo, trato de darle conversación al tipo. No es muy hablador. Además, mi oído y su acento no ayudan en absoluto. Al cabo de dos o tres intentos de establecer conversación, en un semáforo en rojo, se vuelve hacia mí y me sonríe con cierta ternura. Durante un instante pienso que estoy muerto (¡Joder, por eso lleva la licencia de taxi tan a la vista… porque es falsa!). Pero no. Sonríe porque le he dado pena, en plan paternal. Empezamos a hablar de la vida.

El tipo no es negro por casualidad: nació en Kenia y se vino aquí hace cinco años. Nunca ha estado en España. Se compró el Ford porque le salía un poco más barato que el Holden. Cuando le digo que su coche es muy grande y muy silencioso, sonríe con orgullo. Hizo una buena compra, sí. Opina que el Ford vale cada dólar que pago por él. Con los Holden uno nunca sabe.

Llegamos a mi destino (el Witch´s Hat Hostel) y le pago el viaje: 35 dólares australianos (unos 22 euros, lo cual no está mal, porque me habían dicho que la broma me saldría por unos 50 AU$). Le pago con un billete de 100 y me devuelve el cambio muy, muy, muy despacio, como para dejar claro que no me está engañando con una maniobra tipo Tamariz. Creo que ha asumido que soy bastante lerdo.

Llamo al timbre del albergue confiando en que alguien esté de guardia, porque en la calle no hay ni Cristo (no os lo había dicho, pero el vuelo ha llegado a Perth a las 23:50 y a estas alturas ya son casi las 2:00 am). Estoy agotado, salí de Burgos hace 34 horas, según mis cálculos y teniendo en cuenta el cambio horario (+6 en Perth). Por suerte, una australiana estándar abre la puerta. Le digo que tengo una reserva y entonces, sólo entonces, no cuando traté con los de la poli y el aeropuerto, comprendo todo lo que me habían advertido acerca del acento de esta gente. No entiendo ni papa, y ella habla a toda hostia, emitiendo extraños gruñidos y gorgoteos. Resulta terrible. Le digo a la tipa que estoy muy cansado y tal, pero ella insiste en mostrarme las dependencias y cual. Supongo que también me habla de normativas. No entiendo casi nada, me limitito a decir mansamente “Oquei”, “nais” y a asentir con la mirada. Cuando al fin me libro de ella, me meto a mi cama (en la habitación hay otras siete, pero sólo dos de ellas albergan bultos: me imagino que es temporada baja por aquí) y duermo. No pongo la alarma del móvil: el primer día me lo pienso tomar con calma.

Por la mañana me despierta un sonido que no soy capaz de identificar. Tras algunos instantes de desconcierto me percato de que trata de un pajarito de los de por aquí, que obviamente cantan muy distinto a los de la submeseta norte española (ya os hablaré de la fauna y flora del lugar, baste decir por el momento que hay muchos loros y eucaliptos. Lo de estos últimos es a leche: al parecer un iluminado los trajo desde Galicia hace unos años y aquí se han dado divinamente). Tras ducharme , pago mi estancia en recepción (voy a alojarme aquí como diez días, hasta que quede libre la habitación de unos tipos de la universidad) y me marcho al laboratorio. La universidad está como a tomar por el culo de todo, pero bueno, ya os contaré sobre el campus y el laboratorio (que tiene tela). Por la tarde-noche vuelvo al Witch´s Hat.

Nada más entrar en la habitación me encuentro con los bultos que noche dormitaban en las camas. Se trata de dos alemanes, una hembra un tanto macarra (Karem) y un macho de pelo castaño y ojos oscuros (Denis). Son amigables y tratan de establecer contacto conmigo. Me dicen que “como todo el mundo” están aquí en calidad de working holidays. Esta modalidad de estancia en Australia consiste en un visado que te permite trabajar de modo limitado por aquí, con contratos temporales, para financiarte hasta un año de vacaciones. El trabajo no falta jamás y pagan bien, según dicen. Asumo que los dos alemanes son pareja o algo así. Ceno y me voy a la cama.

A las 3.41 am algo me despierta. Efectivamente, los alemanes copulan alegremente a menos de tres metros de mi cama. Él es silencioso, pero para ella la situación no requiere de ningún disimulo. No llego a comprender por qué, si ambos si ambos son alemanes, ella insiste en chillar en inglés (“oh yeah, oh my god”… sí, sí, todos los topicazos del género). Lo encuentro un tanto estúpido. Por suerte, el tipo no tiene demasiado aguante y al cabo de unos minutos puedo volver a dormir.

A la mañana siguiente el tipo no está y me encuentro con la tal Karem, que huele a tabaco como a cuatro metros de distancia. La tía, por algún motivo, se pone a contarme su vida. Que si su familia en Alemania es muy grande y se sienten todos muy unidos, que si el último trabajo que tuvo en Australia fue una verdadera mierda, que si las australianas y las inglesas tienen en su opinión las tetas muy gordas, que si tal que si cual… al parecer, tiene tablas más que de sobra como para no sentirse mal por las molestias que me supuso su numerito de la noche anterior. Cuando pregunto que si Denis ha ido a trabajar ella me dice que sí, que ese chico tan raro y tan infantil se ha ido a una granja en mitad de ninguna parte. Hago pesquisas y resulta que la tipa no lo conocía de nada, y además, después de follárselo delante de mis narices, se pone a hablar mal de él conmigo. Por su actitud, creo que soy el próximo de su lista, pero no es mi tipo. Además, da el perfil de una auténtica portadora de plagas. Así que rechazo su invitación a tomar unos güisquitos a eso de las 8:20 am y me marcho a trabajar como un buen chico.

lunes, 25 de agosto de 2008

Going to Perth

Me parece que lo más educado será empezar por el principio, claro…

Tras el madrugón y la despedida de mis padres (muy emotiva, ya sabéis cómo soy para estas cosas, se me caen los lagrimones a la primera de cambio), me monto en el ALSA supra de turno (el único que me llevaba a Madrid desde Burgos a primera hora de la mañana), dando por supuesto que iba a gozar de toda clase de lujos orientales que justificarían los 25 euracos del billete (un billete normal desde Burgos cuesta 14). Nada más lejos de la realidad. Al margen de un sillón un poco más blandito, estos señores te cobran +11 euros por un café corrientito y porque una azafata (rubia de bote estándar, creo que en su solapa ponía Mari Cruz) te ofrezca caramelos un par de veces durante tres horas de trayecto. Al parecer, el pasaje da el suplemento por bien empleado (mucha gente sería capaz de pagar otros tres euros por que la rubia de bote les limpiase el culo al salir del baño. Se deben de creer que es eso consiste ser rico). A mi vera, un tío calvo con cara de imbécil no quiere café, sino leche. La azafata le explica que la única leche de que disponen es la de las porciones cerradas herméticamente (16,9 ml por porción) para mezclar con el café, pero el tío pone ojos de cordero degollado (algo así como: “si no tomo mi vaso de leche me reventarán las entrañas, señorita”) y la rubia de bote accede; le da 10 porciones de leche y un vaso. El calvo sonríe, feliz, y genera como medio kilo de residuos plásticos para poder tomar su dichoso vasito de leche. En ningún momento le tiembla la mano. Supongo que piensa que ser rico también consiste en poder darse esa clase de caprichos.

Comienza la película. ALSA supra nos va a deleitar con la emisión de un clásico, Shaggy dog” (“Estoy hecho un perro”), en la que el inefable Tim Allen interpreta a un abogado honrado y padre de familia ejemplar ( como la vida misma, ¿eh?) que por algún motivo intercambia su cuerpo con el de un precioso Bearded Collie. Por supuesto, esto da lugar a toda clase de aventuras y anécdotas ideales para toda la familia. E imagino que el transfondo era sumamente moralizante. Imagino porque, pese a los 25 euros, la salida de sonido de mis auriculares no funcionaba. Pero al calvo parecía hacerle gracia la película. Igual me la bajo.

Llego a Barajas, saco mis tarjetas de embarque (no me pueden dar la del vuelo Singapur-Perth allí, la tipa de la facturación me cuenta no sé qué de un vuelo subcontratado) y me como el bocadillo de tortilla de patata que me ha entregado mi madre unas horas antes. Me sienta bien: las tortillas de mi madre son excelentes. Me pongo a leer hasta la salida de mi vuelo (“Vida y destino”, de Vassili Grossman: está resultando excepcional) y una pareja de homosexuales franceses (él es al menos 25 años mayos que ella… un escándalo) se sienta en frente de mí. Sudo fríamente, pero optan por irse al cabo de un rato. El peligro ha pasado.

En la cola del embarque me encuentro con una ex compañera del laboratorio del Dr. Luengo que al parecer está con un postdoc en Hannover. Lo que es la vida, en el trabajo Sagrario apenas me dirigía la palabra. Pero hoy no tiene con quien hablar y se aburre. Por eso recurre a mí, para que la entretenga un rato. Hasta se puede decir que es simpática conmigo. Le doy coba hasta que entramos en el avión y nos perdemos de vista mutuamente.

En Frankfurt no ocurre nada reseñable hasta que me subo al avión. El aparato es verdaderamente gigantesco, nunca me había subido a un 747. En un principio mis compañeros de asiento iban a ser una tipa grandota con aspecto de alemana y un asiático delgadito, aparentemente inofensivo. Lo juro por Dios, no acababa yo de pensar que era una suerte no tener que lidiar con críos en un viaje tan largo cuando una tipa con turbante se pone a negociar una redistribución de asientos. En menos de lo que canta un gallo tengo a dos niños indonesios a mi ladito. La niña es encantadora y se dedica a pintarrajear en un papel, pero el niño saca un Nintendo DS, sube el volumen a todo trapo y se pone a jugar al SuperMario Kart con frenesí, dando codazos y todo en los giros, el muy subnormal. Estará jugando sin parar durante las tres horas siguientes. Cinco asientos más allá, el cabeza de familia me saluda y sonríe, el muy cínico. Yo le sonrío y acaricio cariñosamente la oscura cabellera de su hijo. Maldita sea tu estampa, cabrón. Ojalá la gripe aviar se os coma vivos.

Intento dormir durante el trayecto, lo intento con toda mi alma. El niño incluso ronca cuando se le acaba la batería de la consola, el muy cerdo. Y detrás de mí un calvo enorme que sin duda va a hacer turismo sexual al sudeste asiático me da pataditas y empuja mi asiento, como si estuviese entrenando. Además no he tenido suerte con el pasillo: en el otro una alemana muy guapa y una asiática que le va a la par distribuyen la comida precocinada de Lufthansa. En el mío la alemana es bastante fea y tiene una mala hostia de espanto, pero la asiática es, evidentemente, hermafrodita…

Salgo del avión hecho mierda y con una contractura horrorosa en la espalda, que me acompañaría los tres días siguientes. El aeropuerto de Singapur es la hostia, la polla con cebolla. Creo que habrán batido el record del mundo de instalación de moqueta estampada. Además hoy está tranquilo y parece muy bien organizado. Pese a mis miedos, consigo la tercera tarjeta de embarque rápidamente y espero un rato por mi avión. Lufthansa lo había subcontratado con Singapur Airlines (Suspiro aliviado, me han hablado siempre muy bien de ellos). Mientras aguardo a que abran la puerta de embarque, observo los adolescentes japoneses que van a compartir el vuelo conmigo. Son iguales que en “Battle Royal”. No sueltan la PDA, el móvil o el portátil para nada, se dedican a chatear entre ellos y a señalarse mientras se ríen las gracias que han tecleado. Tanto ellos como ellas van vestidos de manera absolutamente estrafalaria, tratando de combinar, de manera muy poco acertada, la estética de diversas subtribus urbanas occidentales. En ninguna parte como en Japón ha resultado tan destructivo occidente, nadie como los habitantes del extremo oriente han digerido tan mal nuestro inmenso impacto cultural. Parecen espantajos. Aquí, llegado este punto, debería comenzar una honda reflexión acerca de los devastadores efectos estéticos de la globalización. Pero, francamente, no tengo ganas.

El vuelo Singapur-Perth va muy bien, todo lo que decían de esta gente es cierto. Todos son amabilísimos y encantadores, dan de comer a la carta, ofrecen constantemente agua y zumitos, las azafatas son guapas y llevan vestidos tradicionales que no hacen sino realzar sus talles y elegancia. Todo son sonrisas, disculpas y parabienes. Un tanto melifluo al cabo de un rato, pero agradable. Y esto en clase turista, señor… no quiero pensar en cómo será en primera (probablemente allí haya hasta profesionales del sexo entre la tripulación: me molesté en ver cuánto cuesta este vuelo en primera… 12.000 euracos del ala). Mi vecina es en este caso una japonesa agradable y discreta, nada que ver con la manada de adolescentes de antes. Todo bien. Todo en orden. Todo en calma.

Después de tres aeropuertos enormes, el de Perth parece de juguete. Creí que sería mayor, porque es una ciudad relativamente grande, con mucha pasta y no hay otra forma de llegar aquí que en avión. Pero no. Es pequeñito. Supongo que tiene que ver con que a Perth sólo se va para ir a Perth, mientras que el resto de aeropuertos del viaje son importantes nudos de comunicaciones dentro de las rutas de navegación aérea mundial.

Toda la obsesión de los Australianos es que no metas nada que esté o haya estado vivo en su país. Por suerte, no saben que llevo la mochila llena de plásmidos (jeje…). En los controles de inmigración debes declarar que no llevas nada y luego te registran. Al parecer, si encuentran un salami te puedes dar por jodido.

Salgo del aeropuerto y hace bastante fresco. Aquí es invierno. Algo más negro que la noche me señala el interior de su taxi. Accedo a su oferta…